Secretos profesionales
El otro día, mientras esperaba que me entregaran mi coche en el estacionamiento, se me acercó una señora, con alegre semblante, quien me brindó su saludo de buenas tardes. Sin mucha importancia agradecí su saludo y le hice una pregunta que con mucha frecuencia hago a las personas después de saludar: ¿cómo está?, - pues fíjese que no muy bien - me contestó muy amable; los estudios de laboratorio que me mandó hacer mi doctor no resultaron muy alentadores, parece ser que mis hormonas no están del todo funcionando, lo que me trae diversos síntomas, entre mareos, dolores de cabeza, bochornos, ansiedad, cambios de humor y hasta unos flujos muy molestos.
Todo esto me lo dijo mientras yo atentamente la miraba y al mismo tiempo asentía con la cabeza. Además, se me está cayendo el pelo, - prosiguió la señora - y me han estado saliendo unas manchas, pero esas van y vienen, y qué decir de una bolita que tengo por encima de las costillas que últimamente me ha dado un poco de dolor…afortunadamente no es muy intenso, con un pastillita se me quita…, de esas que tienen una línea blanca por en medio, que son buenísimas, ¿ya sabe usted de cuáles le digo?
Por cierto, - continuó - a mi mamá le cambiaron el medicamento, ahora el doctor le dijo que ¡con una sola pastilla se le mejoraría la presión alta! ¿Usted cree? Después de haber tomado durante tantos años un manojo de pastillas sin lograr mejoría, ¡ahora una sola pastilla le resolverá su problema! No cabe duda que la medicina ha avanzado a pasos agigantados.
¡Ah de veras! –hizo una pausa la amable señora, mientras se daba una palmadita en la frente – ¡Qué bueno que me acuerdo!, a mi hermana la menor, una vecina le comentó que había una pomada muy buena para que le quitara lo rosado a su bebé, pero ya ve que el chiquillo es muy delicado de la piel y no cualquier cosa le cae bien, sólo que no me acuerdo el nombre de la pomada, ¿usted cree que sea bueno que se la ponga?
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Justo en ese momento, con el rabillo del ojo, me percaté de que mi coche había llegado, así que lo único que pude decir fue: “pues habrá que revisar al bebé” y procedí a despedirme mientras subía a mi coche. ¡Gracias doctor!, usted siempre tan amable, que tenga buena tarde – contestó ella.
Ya conduciendo, hice la siguiente reflexión: como médico estoy obligado a guardar en secreto todo lo que mis pacientes me confíen, pero las otras ocho personas que esperaban por su coche y que también escucharon atentamente el relato de aquella señora, ¿podrán guardar el secreto?…tal vez no.
En la pausa que ofrece la luz roja del semáforo, reparé en que tal vez, valga la pena dar la consulta en la banqueta, en el parque o en un café, pues parece que todas las personas podemos hablar de nosotros mismos, de nuestros anhelos, preocupaciones y lo que en realidad nos interesa, por ejemplo el estado de salud, mientras realizamos cosas sin importancia, como esperar mientras entregan el coche. No cabe duda que para conocer a los demás es suficiente convivir y saber escuchar, aunque esta simple fórmula, sirve también, para ser feliz.