Prueba de vida
Hernán me contó, en uno de esos días reflexivos, que estaba muy agradecido con la vida, me dijo lo siguiente: -Dios me libró de nacer en un país de conflictos bélicos, así que hasta la fecha he librado el ir al frente y estar en el horror de una guerra, me libró el tenerme que despedir de las personas que amo para ir a cumplir con deberes patrios sin saber si regresare…
Me he librado de padecer alguna enfermedad crónica, o grave que me limite o incapacite para realizar cualquier actividad, de depender de una silla de ruedas y la atención permanente de un tercero para realizar actividades sencillas…
Me libré de tener que migrar de mi país, de dejar el suelo en el que nací, para buscar el sustento, he podido vivir sin preocuparme por ello, pude estudiar y trabajar en lo que he querido, y he podido hacerme de una vida decorosa y decente…
Pero no me libre de la más intensa y dura de las pruebas a las que alguien puede estar expuesto, y sin duda, iría a la guerra y estaría en el frente, me sentaría en una silla de ruedas el resto de mi vida o preferiría la pobreza a estar pasando por esto…
No hice más que escucharlo con atención, abrir mucho los ojos fue inevitable, pues me sorprendió el escuchar lo duro que sería lo que esta pasando y di un buen sorbo a mi tasa de café para seguir escuchando.
-Dios no me libro de tener una hija- ¡Hernán, pero si tu hija es lindísima, y se esta convirtiendo en una señorita preciosa¡, lo dije sin pensar y como mi primera reacción después de tan abrumador preámbulo.
-A eso me refiero- Te das cuenta de lo duro que es eso…
-Ayer por contarte alguna de tantas, me pidió permiso para ir al cine con sus amigas de la secundaria, sus amigas de siempre, las pequeñas que desde el preescolar han sido sus compañeras, lo tomé como una de tantas veces que han salido al cine, y como otras veces, la lleve a la plaza, al lugar de siempre, al llegar, me tomo del brazo, se puso en puntitas y me dio un beso en la mejilla, pude sentir que su pequeños labios, los de mi bebita, tenían “gloss”, cuando lo sentí, un baño de agua fría me recorrió la espalda y me erizó la piel, mi pequeña se había puesto brillo labial, bajó del auto y al cerrar la puerta se despidió diciéndome, -Te amo papí-, Perplejo la vi alejarse por uno de los pasillos de la plaza, avance con la intención de regresar a casa cuando me percaté de que no le entregue dinero para que comprara su entrada al cine, así que en el primer espacio vacío del estacionamiento dejé el coche y bajé para alcanzarla, subí por las escaleras eléctricas del centro comercial hasta el vestíbulo del cine, ahí la vi a lo lejos, estaba ella y Natalia, su mejor amiga, y frente a ellas un par de chicos, igual de adolescentes, todos con sonrisas de no se que hacer, y de pronto comenzaron a caminar hacia la taquilla, Natalia junto a uno de ellos y mi pequeña junto al otro, escogieron los asientos y el par de adolecentes que las acompañaba, pagaron las entradas…
No supe que hacer, me senté en la primera banca vacía que encontré, tomé aire y traté de reponerme del vértigo y el síncope que aquello me produjo…
-¿Ya entiendes de lo que te hablo?- Solo pude ponerle una mano en el hombro a mi amigo, lo acompañe un tiempo en silencio, sin saber que decir o que hacer, y en mi mente solo pude agradecer el tener cuatro hijos varones…