Ruedos imaginarios
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En mi infancia, me gustaba jugar a imaginar, en realidad aún me gusta, esos juegos conjuntaban una parte de realidad y gran parte de fantasía, solía personificar diferentes roles, astronauta, soldado, deportista profesional y muchos más, pero recuerdo uno en especial.
Don Vicente, mi abuelo, era aficionado a la tauromaquia. Durante el mes de enero, fecha en que hasta nuestros días se instala la feria en mi ciudad, a la par se llevan acabo festivales taurinos, como en los tiempos de Don Vicente, así que llegadas las fechas, reunía a sus nietos, y junto con su esposa Doña Luz, asistíamos todos a las corridas.
De las corridas, de la lidia, chicuelinas, de pases de pecho, de molinetes, banderilleros y estocadas recuerdo poco, de lo que sí recuerdo mucho es del tumulto en torno a la plaza, de ir tomado de la mano de alguno de mis hermanos y él a su vez, de algún primo mayor y él de Doña Luz, de eso si me acuerdo; del aroma de los puestos de enchiladas, pozole, tacos y de otras verbenas culinarias, del ruido de los comales chisporroteando y de los vendedores de juguetes que al grito de - ¡llévelo! ¡llévelo! ¡son de a diez! ¡son de a diez! - ofrecían toda clase de réplicas de capotes, monteras, banderillas y pequeños trajes de luces.
De mis juegos imaginarios, recuerdo la sala de mis padres convertida en un ruedo, sin público y sin toro, las faenas eran con movimientos lentos y precisos, los aplausos sólo se escuchaban en mi cabeza, no había sangre, sin riesgo, ni afición, ni moría el toro, era sólo el juego de un niño.
La corrida se brindaba al aire, se marcaba la arena con el redondeado filo de la espada de torear de madera y laca plateada, se lanzaba la montera sobre el hombro y se dejaba volar la imaginación.
Estos momentos vienen a mi mente después de ver una serie de publicaciones en facebook sobre la abolición de la tauromaquia, para prohibir las corridas y para detener la violencia en contra de los toros, no puedo manifestarme en contra o a favor, no tengo argumentos para defender la tauromaquia, no tengo argumentos para condenarla, pero con lo que sí cuento, son con los recuerdos de los primos tomados de la mano, de la convivencia con los abuelos y de los juegos imaginarios con los que pasé muchas horas formando profundos sentimientos de cariño hacia ellos.
Hoy puedo decir que de lo que sí estoy a favor es de la convivencia cotidiana de los niños con sus familias, con los primos, con los hermanos, en diversos eventos, escenarios, en la casa de los abuelos, sentados en sus rodillas, corriendo y jugando, viéndolos reír y sintiéndose felices con sus nietos y los nietos con sus abuelos.
Estoy a favor de la felicidad y de las familias felices, la tauromaquia, el fútbol, los gallos, la charreadas y caladas son accesorios de la felicidad de las familias.
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Ivan García