top of page

Gardenia

El calor de la fragua en la herrería suele espesar tanto el ambiente que hace un poco complicado el respirar, apenas ha terminado el día de trabajo en la forja, difícil como todos, no es un oficio para terminar la jornada de manera burguesa, mucho menos para un señor entrado en años, apenas una teja de jabón en el rincón del viejo taller, agua tibia en un balde metálico para enjugar las manos y la cara, lavar la sal y el sudor del arduo trabajo para refrescarse un poco, antes de salir presuroso, subir la calle de 27 de Septiembre hasta Melchor Ocampo y llegar a Gardenia, el recorrido en bicicleta lleva unos diez minutos; la temporada de lluvias pone muy resbaloso el empedrado y el adoquín, se debe ir con extrema precaución, sobretodo al dar la vuelta frente al la carnicería De los remedios* - que en los años setenta estaba en la esquina de Ocampo-, ahí acostumbran lavar el caso del chicharrón en el arrollo de la calle – más de alguno en este día ya ha perdido el equilibrio en esa esquina – se da prisa para llegar con tiempo; en su corazón está la esperanza de que hoy pueda ser el día.


De entre una madeja de llaves, la dorada es la que abre el zaguán de madera, las chillonas bisagras le recordaron que debía engrasarlas un poco, otro día será; una breve y escrupulosa ducha de agua fría era indispensable, los truenos anunciaban la inminente lluvia, no podía perder tiempo. Camisa, pantalón, zapatos de charol negro –los de fiesta– saco de lana nuevo, aún con las etiquetas pues aún no ocurría la ocasión de estrenarlo, y un sombrero de ala pequeña. No había de quien despedirse, el zaguán y el pequeño cuarto del fondo eran enormes para un solo hombre entrado en años. Era un camino breve hasta la miscelánea, hasta la esquina de Gardenia y Apolo*.


Buenas tardes, era el saludo cortés al dependiente; sólo un refresco de limón por favor, mientras arrastra una vieja silla de madera con asiento de cuerda de henequén, la ha colocado de manera que pueda alcanzar a ver, en la mitad de la cuadra, una casa con breve fachada verde agua, precedida de un pequeño patio resguardado por un enrejado blanco, toda expresiva por la luz del atardecer y las sombras de las nubes. La fachada enmarca una ventana de cuatro cristales adornada por tres macetas de barro natural coronadas de camelinas, del lado izquierdo una puerta blanca, ruda, metálica con la sobre chapa de vidrio rugoso, que permite guardar la privacidad necesaria pero deja pasar suficiente luz a través del encaje que pende de una cortinilla colorida por el punto de cruz. ¿Por qué será que los puntos de cruz siempre guardan muchas historias?


Al entrar, dos sillas de herrería laqueadas en blanco flanquean un pequeño recibidor de un par de metros, se continúa por un patio, suficientemente grande para que un niño de cinco años pueda correr, todo refrescado por la sombra de una gran camelina de flores moradas, que seguramente era el origen de los retoños que adornaban toda la casa; una decena de macetas enaltecidas por sus columnas, de mampostería blanca con curiosas incrustaciones de espejos fragmentados, que de catalogarlas ahora, solo cabrían en un estilo extemporáneo, aún para los años setentas cuando seguramente era lo que se usaba o simplemente estaba de modo; el piso de cantarito rojo y unos vasos de cristal con dos remates de espirales amarillas adornaban una mesa de jardín.


Un señorita, de una edad respetable, cuidaba de la casa recién heredada por sus padres, a quienes en vida dio todo la ternura y cuidados que una amorosa hija podría brindar, tal vez un poco más…


Por las tardes, cruzaba la casa, desde su habitación al fondo del floral pasillo para algunas veces, aunque no todos los días, ir a comprar alguna colación a la miscelánea, aunque muy cercana, ese breve recorrido sucedía como paseo vespertino, su gesto siempre amable y tranquilo le precedía al llegar a cualquier sitio, incluso a la miscelánea, en verano era una menta, en otoño y en el invierno fruta de horno, en la primavera unos excepcionales dulces con esencia de anís, - no había de esos en otra época del año -. Buenas tardes, era el agradable y sobrio saludo, siempre al llegar; buenas tardes, era la respuesta respetuosa de todos los presentes, un señor entrado en años, hacia crujir la vieja silla de madera y asiento de cuerda de henequén al ponerse de pie para de la misma forma respetuosa tocar la pequeña ala del sombrero y poder saludar como dictan las buenas costumbres.


Gruñeron las nubes, como estrujándose entre sí, como si confabularan para lanzar la lluvia. Frente al mostrador de la miscelánea con sombrero de pequeña ala, con el saco de lana pendiendo del brazo, el hombre entrado en años aún estaba de pie, le ofreció la mano con aquel gesto inconfundible de quien ofrece pero en realidad está pidiendo; ¿la puedo acompañar?, la señorita levantó los ojos, nunca los había visto tan de cerca, café y destellos verdes, grandes, profundos, como el sol de un mágico cuento, enmarcados en una tímida sonrisa; sólo dijo: gracias; la cubrió con el saco de lana y caminaron por la acera de Gardenia, hasta el frente de la breve fachada verde agua. La señorita agradeció asintiendo con la cabeza, el señor entrado en años, se colgó nuevamente el saco en el brazo, se retiró feliz.

Parece que las calles antiguas son testigos de historias como éstas.


*Sin referencia histórica

Posts  
Recientes  
Nosotros 
 

Hace un poco tiempo iniciamos a escribir, por el solo gusto de hacerlo, hoy el gusto ha crecido.

© 2015 por in situ letras.

@insituletras

insituletras@gmail.com

Contacto
 

Envianos tus comentarios y participa enviando tus letras y redacciones, nos dara mucho gusto publicarte.

  • Twitter Basic Black

¡Tu Mensaje se envió con éxito! Gracias or compartir tu experiencia in situ

bottom of page