Con el ejemplo.
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En la vispera del 21 de junio, día del padre de 2015, supe que era necesario escribir de Él.
Hombre de hábitos bien formados y disciplina en sobremanera, Don Chuy, como todas las mañanas, se despertó temprano, y cuando digo temprano, es ¡temprano!, juzgue usted: inicia estudiando alguno de los casos que atenderá, lee un poco el periódico del día anterior, va al “deportivo”, como solo él lo llama, para hacer, nunca menos de treinta minutos de ejercicio; toma un baño, se afeita, se arregla y está más que presentable para ir puntualmente a la misa de siete de la mañana, no sin antes regresar a casa por su amada esposa, que todos los días le acompaña – aunque en realidad quien la acompaña es él –, busca su lugar en las bancas del templo, prefiere siempre las del lado derecho, atento siempre a la misa. La salida del templo no es ágil, debe esperar al Padre para saludarle y preguntarle: ¿cómo está?, después de un par de chascarrillos con el sacerdote, siempre en un tono de susurro – como debe ser –, para guardar el debido recato de aún estar dentro de la casa de Dios, alegremente se retira.
La rutina del desayuno bien servido, acompañada de la obligada hojeada del periódico, preceden su partida al trabajo. Será como todos los días una jornada larga y agotadora, en común con la mayoría de la gente, más que el inicio de su día. Atiende a los clientes, hace múltiples diligencias y documentos, de oficina en oficina, de cita en cita, le llega la tarde o en muchas ocasiones la noche.
Regresa a casa, con un par de llamadas en el teléfono, entra y escucha: ¿cómo estás?, no hay otra respuesta que le salga más fácil y sin pensar, ¡bien jodido!
¿Cenas? Sí, responde, mientras mientras besa en la mejilla a su dulce esposa. Sube las escaleras, se pone cómodo y se recuesta en su sillón. Dormita. Baja a cenar o la cena sube, es breve, a veces de trámite, antes de descansar. Y ahora sí, duerme.
Don Chuy no sueña, más bien descansa, la noche pasa rápido, es hora de empezar, temprano, muy temprano, como todas las mañanas. Carga consigo una gran cosecha de momentos importantes.
Muchos años de duro trabajo, muchos años de madrugar, muchos años de hacer ejercicio y dar su mejor esfuerzo, de cansancio y de fatiga, de hacer lo correcto, de desvivirse trabajando para su familia, para que no les falte, para que ellos disfruten, para ellos sean, de dar a manos llenas alegrías y recuerdos amorosos, de ser el guía, el referente, el mejor consejero, el mas vivo ejemplo de cómo vivir, muchos años que, Dios quiera y nunca terminen.
Don Chuy, Don Vicente, Don José, Don Felipe, Dios así los hizo… pensando en que sean diferentes pero con la misma esencia, con la mirada de experiencia y de sabiduría acumulada con los años, con el valor y el coraje de hacerse fuertes en los momentos más difíciles, de tener claridad en cada momento, con la facilidad de ser compañía sin decir palabra, con solo estar ahí.
Gracias a todos los que día a día, entregan su ser en fragmentos a sus familias, a sus hijos; gracias a quienes nos dan valor de seguir por el camino que ya han recorrido; gracias por acompañarnos en todas nuestras vidas con una palmada en la espalda o un jalón de orejas que recompone el rumbo.
Todo mi reconocimiento y agradecimiento por la noble tarea de ser padres, que sin haberlo aprendido, lo han hecho siempre de la mejor manera posible, a quienes con valentía nos han enseñado que ser padre es ser compañero, amigo, educador y sobre todo ejemplo.
Felicidades a todos los “Don Chuy” en su día… ¡feliz día Papá!