Flores para María
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Después de una semana y media de haber lavado coches, hecho mandados a los vecinos y sobre todo a vecinas de la tercera edad, que iban desde cambiar un foco, cargar las bolsas, sacar la basura y pasear al perro, Osvaldo había logrado reunir ciento cuarenta y cinco pesos, era un poco más de lo que había presupuestado; para un adolescente de catorce años que cursa el tercero de secundaria parece ser una buena ganancia. Espera, con un anhelo puberal, que lo recaudado sea suficiente para comprar unas flores. Nunca en su corta vida ha comprado un ramo, no tiene la menor idea de cuánto cuesta. La semana anterior intentó pasar a la florería a preguntar, pero la vergüenza que se engendra en los tímidos pensamientos de un adolescente no se lo permitió.
Ninguno de los compañeros de Osvaldo entendía el porque de su obstinada negación a ir al cine, comer quesadillas frente a la secundaria o comprar refrescos en el recreo y es que ahorraba al mismo tiempo que se hacia de valor.
Esa tarde, después de haber realizado la tarea y haber cumplido sus deberes en casa, mientras tomaba un inusual baño a escondidas, a las cuatro de la tarde, hacia cuentas mentales, ciento cuarenta y cinco pesos debían ser suficientes para un buen ramo de flores y reservar veinte pesos para el pasaje de ida y vuelta en la ruta catorce.
Ya arreglado para la ocasión y al grito de -¡al rato regreso! Abrió rápido la puerta y se despido, no quería exponerse al interrogatorio de su madre, que para su infortunio, gritó sonora y melodiosamente desde su habitación -¿a donde?-, Osvaldo palideció, no había pensado en una cuartada para ese momento, tragó saliva y –¡A casa de Juan por unas cosas!- Juan que era su mejor amigo desde el kinder, parecía una excusa razonable y justificada. ¡No te tardes! Grito la mamá. Osvaldo sin saberlo, estaba en un problema, debía regresar con algo en la mano, lo de Juan, no sabía qué, pero de camino de regreso lo resolvería. Apresurado salió para evitar cualquier otro tipo de pregunta.
Caminó de prisa las seis cuadras hacia la florería, lo suficientemente rápido para llegar pronto y no demasiado como para agitarse y comenzar a sudar.
Al llegar a la florería, ligeramente abochornado, no por la caminata sino por no saber como pedir el ramo de flores que buscaba dijo: me da unas flores por favor. Claro joven –respondió la señora que amablemente atendía el establecimiento- ¿de cuales quiere?, Osvaldo sin saber, sacó del bolsillo del pantalón ciento veinte pesos y preguntó, aún avergonzado, ¿De cuales me alcanzan? Ahorita le hacemos un ramo bonito, no se preocupe- replico la florista-.
Con ramo de rosas blancas envueltas en celofán transparente en mano, salió a tomar el autobús. La impericia de ser la primera ocasión, le impedía el decidir como cargarlo, si como antorcha olímpica, como bebé de brazos o al hombro, probó todos los métodos y posiciones que se le ocurrieron. No era lo más importante en lo que tenia que pensar, pues debía caminar aún dos cuadras con ramo en mano y los vecinos lo conocían. ¿A donde con eso Valdo? se repetía la frase cada media cuadra, no hacia más que fingir sordera y asentir con la cabeza con mueca alegre y continuar su penoso recorrido.
Durante diez minutos esperó al autobús de ruta catorce al que hizo la parada y subió, pagó su pasaje y busco un asiento del lado derecho, bajo el escrutinio de los pasajeros, se sonrojo aún más que en la florería, pero su semblante tranquilo, ocultaba el nerviosismo y el goteo que sus manos sudorosas hacían sobre el celofán.
Treinta y cinco minutos para el recorrido pradera, la luz, coecillo, malecón, Pedro moreno, lugar donde bajó y caminó, por la acera que tenia sombra, hasta la esquina de calzada y Londres, ahí hizo una pausa y se armo por completo de valor, no podía desistir en ese momento, estaba solo a un par de casas, pensaba en lo que diría si al tocar la puerta no abriera María, pero nada se le ocurría. Parecía una eternidad desde que la vio por ultima vez, aunque en realidad no habían pasado más de cuatro horas desde el final de las clases, desde la salida de la escuela; habían sido compañeros de clase durante toda la vida y ahora no sabia que decir.
Inspiró profundamente e inició el último recorrido, se paro frente a la puerta de la casa marcada con el 106 y tocó el interfón, esperó un instante eterno , todo por dentro temblaba, esperaba escuchar a María, pero sonó la voz de la mamá -¿quién es?- con una súbita taquicardia contesto -¿está María?, Soy Osvaldo- ¡No hijo!, -contesto la mamá- ¡hoy es día que se queda con su abuela! Osvaldo sintió aquellas palabras como un helado viento que lo recorrió por dentro, frustrado y aliviado a la vez, no lo podía creer, había pasado por todo aquello para nada; quiso dejarle el ramo de rosas encargado, aunque parecía un desporpósito, -¿Le puedo dejar algo con usted? Ahora bajo hijo- contesto la mamá-.
Al abrir la puerta, la mamá se sonrojo de ternura, recibió el ramo y aseguró entregarlo en cuanto llegara María. Osvaldo agradeció, dio la vuelta, metio las manos en los bolsillos del pantalon y camino de regreso a tomar la ruta catorce. Será una larga tarde y más larga la espera para poder ver a María al día siguiente en el salón de clases.
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Iván García