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Irse primero



La madrugada ya se convertía en mañana y Tinita, el delicado sobrenombre que los familiares de Doña Faustina Mijangos usaban para nombrarle, meneaba su café con una cucharita desechable, con la tranquilidad de quien tiene paz en el corazón, nos platicaba que los últimos días de vida de Don Jorge, no habían sido fáciles, -Este fue su segundo infarto, ya ven que del primero se recupero, aunque los doctores decían que había sido muy grave – sacó la cucharita de plástico del café y la sacudió dándole pequeños golpecitos con el reborde del vaso de unicel mientras hacia un gesto, que solo recuerdo haber visto en los velorios: asintió con la cabeza, levanto las cejas y bajo la mirada.


Seguramente ese simple acto, de sacudir la cucharita, la remonto a alguna tarde de sábado, cuando Don Jorge le preparaba el café, él acostumbraba dejarle la cuchara dentro de la taza, y aunque a Tinita no le gustaba, nunca se lo dijo, apreciaba mucho el detalle de Don Jorge, como para echarlo a perder con quejas intrascendentes; recordó también, y solo por un instante, las flores que con un beso en la frente le entregaba con gusto romántico. –Era muy lindo conmigo- esto decía mientras sus ojitos desvelados se llenaron de lagrimas que no brotaron.


-No gusto de estar mucho tiempo en los velorios, y prefiero evitarlos, pero esa noche que ya amanecía, yo no podía retirarme, el semblante de Tinita transmitía algo muy fuerte, y no podía dejar de verla.-



Jorge siempre fue un caballero -dijo Tinita- por las tardes me regalaba flores, me las daba en la mano y luego el mismo las ponía en algún florero del comedor, creo que le gustaba ver mi sonrisa sonrojada cada vez que lo veía llegar con el ramo en mano. Siempre estaba al pendiente de mi, y de lo que necesitaba, algunas veces de cosas que ni ocupaba. Me procuraba con detalles.


Alguna vez, Tinita me contó que cuando estuvo internada para ponerle la prótesis de cadera, Don Jorge no se separó de ella, ni un momento, estuvo junto a su cama del hospital, sentado en un banquito metálico las dos semanas que duró internada, ahí comía, ahí dormía, ahí sentado le acariciaba su mano, convenciéndola de que cada vez faltaba muy poquito para irse a casa; también me dijo, que una noche, en esa estancia en el hospital, mientras Don Jorge creyó que Tinita dormía, lo escucho rezar diciendo –“Diosito, cuida a mi Tinita, ella es toda mi vida, mi más grande tesoro y mi mejor motivo de existir”- Tinita se enterneció y atesoró esas palabras como una gran muestra de amor tierno.


El día después del velorio, ya cuando amaneció, y terminó la misa de cuerpo presente, la cara de Tinita cambió, aun se veía serena, pero en lo profundo de su mirada se podía contemplar un gran sentimiento de nostalgia y ausencia que no podía llenar con nada. Camino por todo el pasillo de la capilla, acompañando los restos de Don Jorge y agradeciendo a todos el favor de su presencia.


Cuando cerraron la cripta, donde colocaron el féretro, Tinita se acerco y con su mano, blanquísima por el frio y el cansancio del desvelo, con profunda religiosidad, le dio la bendición a los restos de Don Jorge –que Dios te acompañe, te proteja y te lleve con bien- Tal y como lo hizo todas las mañanas de los últimos 68 años. Luego todos los asistentes, se despidieron, abrazaron a Tinita y se retiraron.


Jesús, Bertha, Eduardo y Pilar, todos hijos de Tinita, se despidieron de su Madre, la abrazaron y con el dolor que solo los hijos pueden sentir al ver a su madre en tal situación, le dieron un beso en la mejilla y le prometieron que todo estaría bien.


Victoria, la hija menor de Don Jorge y Tinita, la tomo del brazo y le dijo, -Vámonos Mamá, necesitas descansar y comer algo- la llevo hasta el coche y le ayudó a subir en el asiento del copiloto. Tinita cerró los ojos y dormito todo el trayecto.


Al llegar a casa, encontró todo exactamente igual, la maceta en la entrada, el espejo, el adorno en la puerta del baño, la mesa del comedor que aún tenía las ultimas flores que Don Jorge le regaló, era su casa pero ya no sentía que fuera su hogar.


A pesar de la insistente suplica de Victoria, Tinita no quiso recostarse en su cama, le costaba mucho dejar de pensar que su compañero ya no estaría más con ella, prefirió recostarse en el sillón de la sala para intentar dormir, y con suerte, soñar con Don Jorge.


Esa mañana, cuando llegué a casa y encontré en ella a mis hijos y a mi amada esposa, me di cuenta de que esas paredes pintadas blanco marfil aún era mi hogar, pues ahí encontré lo más preciado que un hombre puede tener, a mi compañera, a mi amiga, a la joya mas preciosa y valioso tesoro que Dios me dio en resguardo. La abrace, cerré los ojos y le pedí a Dios, que no sea Yo el que deba irse primero, pues ahora estoy preparado y dispuesto a cualquier cosa, con tal, de evitarle, a mi amada esposa, el sufrimiento y la soledad que Tinita sintió aquella mañana al llegar a su casa.


-∞-

Iván García.


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