Campana navideña
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En sus treinta y cinco años de campanero, Don Ricardo Elizondo nunca se había sentado en el jardín del atrio a contemplar la belleza de la Parroquia de la anunciación, desde esa banca, ubicada justo al centro del jardín, puede observar a detalle los relieves en cantera naranja de la fachada, un par de pequeños ángeles, que flanquean la puerta principal, parecen cobrar vida al iluminarse con la dorada luz del sol del atardecer; a cada lado tres enormes columnas recorren en toda su altura la fachada principal, decoradas a cada centímetro con hermosos brocados en espiral, pareciera que el escultor hubiera bordado la cantera con gran maestría.
La fascinación de de Don Ricardo al ver lo alto del campanario, le hace sentir una alegría nostálgica, que le hubiera gustado sentir años atrás, recuerda claramente el día que trajeron la campana en un camión, la semana previa a la llegada, se colocaron treinta y seis andamios para lograr subir la campana hasta su ubicación actual, al centro del campanario.
El Sr. Cura Don Roberto Mier, durante el rito de consagración de la campana, mientras estaba colgada de las vigas y polines que se colocaron para tal fin, la hizo sonar con tal alegría, que mucha gente cree que en su tono se conserva aún el gozo del Sr. Cura. Aquellas palabras de bendición del salmo 28 “La voz del señor es potente, la voz del Señor es magnifica” resuenan cada día al llamar a los fieles a los diferentes oficios que en la parroquia se realizan en el novenario de Navidad.
Aquel día, el de la consagración de la campana, se reunió mucha gente, -me contó Don Ricardo, mientras comía un helado de zarzamora con fresas en barquillo de galleta de miel- se juntaron como 500 personas, todas muy devotas, trajeron agua para bendecir, ramitos de flores y campanitas que en sus casa tenían o que compraron ese día en la forja de don Clemente, los niños vinieron de blanco, todos formaditos por estaturas, hasta el frente los mas pequeñitos, los del catecismo, luego los de la primera comunión y confirmación y atrás de ellos las catequistas, muy ordenaditos todos con las manitas juntas, parecían angelitos, todos bañados y peinaditos, a las niñas les pusieron pañuelitos de velo blanco en la cabeza. Fue por estas fechas, un sábado en la tarde, un 20 de diciembre, la entregaron justo a tiempo para la fiesta de Navidad. Todos los que estuvimos ahí, ese día, el de la consagración, en cuanto el Señor Cura dijo “En el nombre del Padre…” nos pusimos de rodillas y nos persignamos, luego dijo las primeras oraciones de bendición, muy bonitas y al terminar fue cuando la hizo sonar por primera vez, muy fuerte, con mucho gusto.
Al terminar la consagración, el padre me dio esto, ceremoniosamente, metió la mano al bolsillo interior de su abrigo, sacó un pañuelo azul marino, que al desdoblarlo, resguardaba un pequeño sello metálico, circular, dorado, de unos tres centímetros, que decía “Grez 1980”, Era el sello que cerraba la caja de la campana, también tenia una pequeña nota escrita con tinta azul en un papel que ya se había tornado amarillo, en el que se leía: “haz que todos tus hijos, al oír su voz, eleven a ti sus corazones y, compartiendo las alegrías y las penas de los hermanos, vayan con prontitud a la iglesia, donde sientan a Cristo presente, escuchen tu palabra y te expongan sus deseos.”
Ese día, el de la consagración de la campana, yo acudí solo como fiel, y al recibir estas reliquias, de manos del Señor Cura Mier, decidí que por el resto de mi vida o hasta que Dios me lo permita, ser campanero de la Parroquia de la anunciación.
Esta noche buena vendrán mis nietos a escucharme tocar las campanas.
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Iván García