Turnos
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En las ocasiones que acudo al banco, generalmente reviso que no esté con filas, pues hacer fila en el banco no es de mis actividades favoritas. Sin embargo esta ocasión era diferente, sin importar la cantidad de personas, que como yo, visitáramos el banco, me quedaría ha hacer mi tramite, fue una de esas veces en las que el de pronto en imprescindible hacer fila.
Resignado, me acerque a la maquinita expendedora de turnos, o como quiera que se llame y tome el turno B534, busque una silla vacía y me senté a esperar. Con el turno en la mano, fije la mirada en el la pantalla, solo para darme una pequeña idea de cuanto tiempo debía esperar, para mi sorpresa, apareció el turno B308, debía esperar 226 turnos. Sin querer exhalé, baje los hombros y me dispuse a esperar.
Comencé a mirar a mi alrededor, había una señora con una carriola que intentaba darle un biberón con leche a su bebé, quien había estallado en llanto hacia unos minutos; un par de niñas adolescentes que se desvivían por usar sus teléfonos, bajo la mirada inquisidora de su madre que se los había prohibido, todos pudimos escuchar cuando les sentenció ¡Son las reglas del banco, no las mías!
También sin querer me di cuenta que la persona que tenia junto de mi, tenia en sus manos el turno B529, y sin más le dije, -creo que tendremos que esperar un buen rato-. Era un hombre de unos 55 años, con poco pelo, barba modesta y usaba un saco café de lana, quien pacientemente me contesto, -pues si, ¡No podemos hacer otra cosa!-; Fue entonces que me di cuenta que su rostro me era familiar, ¿Dónde lo había visto? me pregunte en secreto.
De pronto vino a mi mente el nombre de ¡Ignacio Padilla!... recordaba su cara, ¡Sí era Él!, y su cara era la de las solapas de sus libros, pensé en preguntarle, pero me pareció de mal gusto, entonces quise preguntarle sobre alguno de sus libros ¿Por qué en la trama de “La gruta del toscano” el sherpa…? ¡No!... no era la manera de iniciar una conversación con un escritor.
El “bip” de la pantalla de turnos me distrajo, ahora tocaba el tuno B309. Esta esta muchedumbre, en espera de un turno para ser atendidos por un funcionario bancario era perfecta para iniciar un cuento de “Los anacrónicos” si eso puede ser.
Cuando estaba por comentárselo, Ignacio estornudó, -¡Salud!-exclame, -gracias- respondió con divertida amabilidad y de inmediato prosiguió, -en alguna reunión Fernando Poyatos, me comento que en las regiones tribales de Ghana, cuando alguien estornuda a la derecha de otra persona antes del medio día, es una presagio de buena fortuna y a la izquierda al contrario. – ¡no se lo lo comenta a la persona que tiene a la izquierda, no le será ni siquiera entretenido saberlo!, reímos...
Otro “Bip”, se escucho y la pantalla mostro el turno B310, ambos observamos nuevamente nuestros papelitos de turno y nos resignamos, para ese momento ya habíamos entrado en cierta confianza. Nacho, levanto los hombros y dijo –creo que regresare otro día-, guardo su turno en el interior de una revista que traía en manos y se despidió diciéndome, ¡Fue un gusto! Mientras asintió con la cabeza.
Me di cuenta que la espera seria larguísima, sin la compañía de un escritor famoso, observe alrededor y decidí retírame también.
Desde ese día acostumbro sacar a pasear, de vez en cuando, el libro que leo en casa, no sea que por ahí me encuentre al autor y pueda pedirle una dedicatoria; con el inconveniente de que “Cien años de Soledad” en la edición que tengo, es muy voluminoso, de pasta dura, es difícil de cargar y además que Gabriel Garcia Marques falleció hace unos años…
Por cierto, aún no he regresado a hacer mi tramite al banco, tal vez deba esperar a terminar de leer lo que ocurrió en Macondo, iniciar otro libro de un autor que este en vida y darme valor de regresar al banco.
-∞-
Iván García
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