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Villancico


Daniel trataba de calentarse con la pequeña fogata que había logrado encender frente a la puerta de carrizos del corral de las ovejas, por algún motivo, esa noche no estaba cansado, había sido un día largo, desde que llevó a pastar al rebaño a la rivera del río, en lo profundo de las cañadas; había caído la noche hace unas horas, se sentía mucho frio, sus pies, y sobre todo sus dedos, sentían más frio que el resto de su cuerpo, sus sandalias no le cubrían mucho y taraba de arroparse con una manta de lana.


Todos en la aldea conocían a Daniel, muy joven, alegre, siempre al servicio de los demás, no usaba callado, ni campana, sus ovejas no tenían cencerro para guiarse, Él caminaba delante de ellas haciendo sonar un tambor de cuero con un par de baquetas de madera cubiertas de hilo de lana gruesa; todos en la aldea se sorprendían de su manera tan particular de pastorear.


Los demás pastores acostumbraban reunir a las ovejas y compartir los alimentos al final del día alrededor del fuego, pero esa noche no habían llegado, se hacia tarde y Daniel decidió recostarse un poco; contemplaba el cielo, era una noche excepcional, parecía que las estrellas del cielo estuvieran mucho más brillantes, una en particular, ubicada al este, emitía una luz azul intensa que la hacia sobresalir del resto de las del firmamento, dejaba caer un rayo a las afueras de un poblado cercano llamado Belén.


De pronto la quietud de la noche se vio interrumpida por los pasos apresurados de un grupo de pastores que acudieron a buscarle, Daniel se puso en pie, levanto la mirada y vio a sus amigos, tenían las mejillas enrojecidas y el semblante de gran felicidad. Habían corrido desde el valle, en donde un ángel, los deslumbro con su hermosura y les dijo –“El tiempo de que las profecías se cumplan ha llegado, esta noche nacerá el Mesías”-


Daniel intento recoger todas sus pertenencias para seguir a sus amigos y correr a Belén, pero solo tomó su tambor. Corrieron lo más que pudieron, paraban solo a beber un poco de agua y darse un respiro. Belén no estaba lejos, no tardarían mucho en llegar, viajaban acompañados de enorme curiosidad que en el fondo de su corazón hacia arder una esperanza que mitigaba sus fatigas y que les hacia correr y no parar.


A lo lejos, pudieron observar una gran multitud, rodeando un pequeño establo, en las afueras de Belén, la luna y la estrella brillante, parecían verter su luz directamente sobre el techo de paja del establo. Corrieron mas de prisa.


Cuando al fin llegaron, encontraron una gran muchedumbre de pastores, peregrinos de diferentes naciones, mujeres, hombres y niños extasiados frente a las puertas del establo.


Daniel se acercó caminado entre la multitud, al llegar al portal pudo ver a un pequeño niño, hermoso, arropado en paños de tela, durmiendo en los brazos de una doncella que con ternura le acariciaba el pelo y cantaba una canción de arrullo. Frente a ellos, un hombre de ropas verdes y barba abundante, colocaba paja dentro de un pesebre, para recostar al recién nacido para que pudiera dormir caliente. Dos pastores acercaron algunos animales para calentar aquel lugar, hicieron entrar una mula y un buey. La madre del recién nacido colocó en el pesebre al pequeño y junto con aquel hombre de ropas verdes y abundante barba, acomodaron más paños de tela, de rodillas junto al pequeño, recibieron los presentes que los peregrinos, dejaron a los pies del pesebre.


Acudieron también mercaderes de tierras lejanas, parecían reyes por la riqueza de sus ropas y lo esplendido de su comitiva. Tres de ellos, los que parecían los principales, entraron en el establo y le entregaron a la madre del niño unos pequeños cofres, que contenían, oro, perfumes exquisitos, bálsamos herbales y mirra, reverenciaron al recién nacido, y rápidamente continuaron su camino.


Aquel momento quedo grabado en el corazón de los presentes sobre todo en el de Daniel, estaba feliz, había contemplado con sus propios ojos al Mesías, que traería la paz a todo el mundo, en ese momento la alegría le desbordo y no hizo más que tocar con su viejo tambor, una suave melodía que trajo alegría a todos los presentes.


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