Francisco
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La mañana es muy fría, como todas las del mes de febrero, los cinco grados que marcaba el termómetro, no lograron enfríar el entusiasmo que Paco tiene desde hace unos días, sabe que hoy es un día especial, deberá recorrer una gran distancia, solo acompañado de una pequeña botella de agua y una cajita de chicles que tratara de vender en su camino.
Ha despertado a Mariano, su pequeño hermano, con una suave sacudida de hombros, -ya es hora, date prisa- le dice mientras le ayuda a ponerse una chamarrita amarilla de franela que a Mariano nunca le gustó, pero por la ocasión, ahora es su favorita.
En un pequeño rincón de la casa, junto a la estufa, su madre ya les tiene un pequeño almuerzo, es un plato hondo de barro con un huevo revuelto en un caldillo de frijol, una tortilla y una jarrito de te dulce de canela; es por mucho el desayuno favorito de los niños, aunque nunca habían desayunado tan temprano en domingo, aún no sale el sol, son las 4:30 de la mañana.
Al terminar, Marina su madre, los abraza al mismo tiempo que les besa la frente, les da la bendición y les dice que vallan con cuidado, -si Mamá, no te preocupes, regresaremos antes de que sea de noche-. Los niños se tomaron de la mono y salieron juntos de casa.
Marina se quedó rezando y pidiendo al ángel de la guarda que lo protegiera, cerro la puerta después de darles la bendición al viento, cerró los ojos, recordó el 4 de octubre y el 12 de diciembre, cuando sus pequeños Paco y Mariano nacieron.
Los niños bajaron por la calle, subieron al camión pidiendo permiso al operador para vender sus chicles, solo vendieron dos, pero este día, a diferencia de los demás, eso no era problema, la alegría y el gozo les llenaban el corazón, entre ellos no se decían nada, no era necesario, se tomaban de la mano, las apretaban y con una sonrisa comunicaban su entusiasmo.
Era el momento de bajar; como siempre, agradecieron al conductor y bajaron del autobús dando un brinco, sin pensarlo comenzaron a correr hacia donde la muchedumbre se dirigía, continuaron corriendo, hasta donde el tumulto se los permitió, su delgado cuerpo les permitía escurrirse entre la gente, subieron al puente y se apostaron ahí a esperar.
El sol ya estaba en pleno y el frio comenzó a ceder, Paco y Mariano estaban listos, la alegría se desbordo cuando un contingente de motocicletas de policia doblo la esquina, con las torretas encendidas y a baja velocidad desataron la garganta de la multitud que comenzó a vitorear a Francisco, los ojos de los niños se inundaron de lágrimas que en el instante y con sus manitas secaron para no perder de vista el instante en que pasaría el carro blanco que apareció de pronto. Los niños se tomaron de la mano y agudizaron la mirada, se acercaba cada vez más a ellos, parecía como si el tiempo se hubiera detenido, todo era lento, podían apreciar cada detalle, el viento moviendo su ropa blanca, su sonrisa, el agitarse de su mano saludando y dando la bendición a todos los que lo esperaban con ansia, de pronto paso frente a ellos y por un instante los miró, sintieron un calor que llegó a su alma, la alegría se desbordó y estallaron en un leve llanto de felicidad, Paco limpio las lagrimas de sus ojos y las de Mariano también.
Felices, reconfortados y con un entusiasmo que jamás habían sentido, hicieron el camino de regreso a casa.
Al llegar abrieron la puerta y entraron corriendo hasta abrazar a su madre y juntos sin pensar solo dijeron –¡Nos vio, el Papa nos vio!
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Iván García