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Rosas blancas




María regresó, como todos los miércoles, de la casa de su abuela, ya caía la noche, y estaba un poco cansada.


La visita a la casa de la abuela no era una una visita común, como muchos nietos hacen, cuando comer galletas y tomar chocolate caliente es el preámbulo de una noche tranquila.


La abuela de María, tenia ya unos meses en cama, una afección en uno de sus pulmones la había lastimado mucho y sus rodillas ya no eran tan fuertes, por lo que las tías se turnaban para hacerle compañía, pero sobre todo para atenderla y hacer un poco más agradable la postración de la abuela.


Hacia unos tres meses que en una reunión familiar, Raquel la tía de menor edad comentó que estaba algo cansada, ya que después de todas la faenas matutinas, el atender a la abuela era complicado; María solo escuchó. El siguiente miércoles, al salir de la escuela, llamó por teléfono a casa, y dijo a su madre:- Iré a casa de la abuela, le ayudaré un poco a m tía Raquel, llego antes de las ocho a casa, no te preocupes-, tomó su mochila, la puso en sus delgados hombros y caminó cuatro cuadras hasta el paradero de autobús, identifico la ruta catorce y antes de subir preguntó -¿Centro o pradera? – con desdén y cierto enfado respondió el operador –Centro- mientras subía el volumen al sonido del autobús donde se escuchaba una cumbia.


María abordo el autobús, busco un asiento libre cerca de la puerta trasera, subieron más estudiantes, su juventud y una mochila grande y pesada los delataba, subieron señoras con bolsas de plástico en las que llevaban sus compras, subió una enfermera, delgada y con el pelo recogido sujetado con una cofia blanca de línea azul cielo, ocupó un asiento cercano y María podía observarla, su juventud destacaba gracias a su porte de madurez y recato.


El autobús avanzó por Hilario Medina-López Mateos, pasó el centro y María bajo en gardenia, no distaba mucho la casa de la abuela, entro y el rostro de la tía Raquel se lleno de alegría, -hola hija, fue el saludo que recibió-, ágilmente, dejo la mochila junto a la entrada, y mientras lavó sus manos, dijo –en que te puedo ayudar tía- Los ojos de Raquel se llenaron de una ternura que expresó colocando su mano en el hombro de su sobrina –Lee un poco para tu abuela, esta despierta-.


Entró a la habitación saludo a la abuela con un beso en la frente y se sentó en la mecedora de madera al lado izquierdo de la cama, tomo un libro de la repisa y pregunto–¿te gustan los cuentos Abue? –si hija,-respondió la abuela emocionada, más por la visita que por la lectura- En ese libro esta “El sombrero de tres picos” te va a gustar-. Leyó durante unos 20 minutos, sin darse cuenta la abuela se había quedado dormida, hizo una pausa en la lectura, cerro el libro y María, también cerro los ojos, durmió en la mecedora, durante un cuarto de hora; la casa de la abuela era lo bastante tranquila como para poder descansar.


Raquel entro a la habitación María abrió los ojos y sonrió junto con Raquel, la abuela no solía tomar siestas, parece que la compañía su nieta la reconforto, y le permitió dormir un poco.


María se levanto y salió de la habitación en puntas de pie, le dio un beso a Raquel en la mejilla y se despidió diciendo, -¿si quieres ,vengo todos los miércoles a leerle al mi Abu?, Raquel solo asintió con un ligero movimiento de cabeza y acepto la oferta con una sonrisa.


María regresó, como todos los miércoles, de la casa de su abuela, ya caía la noche, y estaba un poco cansada, al entrar vio en un florero un ramo de rosas blancas, se extraño y le pregunto a su madre -¿Compraste Flores?, Su madre rápidamente contestó, las trajo Osvaldo, tu amigo de la escuela, le prometí que cuando llegaras te las daría. –sonrojada, no más que su madre- se acerco a olerlas y a pensar que el tiempo parecía ir muy lento, quería que pasara rapido la noche para que llegara la hora de ir a la escuela. Aunque no sabría que decirle a Osvaldo.


-∞-

Ivan Garcia


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